Había un rey ¡no! hay un rey
Cuando invadieron, los romanos: Era el pueblo más grande y fuerte de la tierra en esa época…
Nació de una familia humilde, tenía muchísimas riquezas: En cada palabra, en cada gesto, en cada caricia, en cada sonrisa…
En fin vino a enseñarnos el verdadero camino, toda su obra fue ayudar y enseñar a los demás. Nos dio la riqueza más grande y más bonita de todo el universo.
¡Fue y es su gran amor!
Qué malos fueron y qué malos, somos cada día, matamos un poco a ese gran rey. Al no dar la mano al vecino, al negar una sonrisa, esa mirada amable, ese trozo de pan para el prójimo, a ese niño que nos mira y sin querer, le giramos la cabeza como si lo ignorásemos, a ese hermano que nos necesita un poquito.
Simplemente podemos decirle, qué guapo estás, qué bonito eres, como brillas en la noche, contigo los ángeles están. Sin embargo decimos cosas que las vemos bien, pero si analizamos cada una, por separado, y con una lupa vemos cosas raras, cosas que en el fondo no tienen que ser.
¿Qué paja? ¡No valla viga! tengo que empezar a caminar, tengo que ir en busca del Padre que esperándome «El está».
¡He de encontrar a ese rey! -«Ay está»- con ese pobre, con ese niño que no deja de llorar, si logro consolarle, que alegre mi Padre se pondrá.
Caminando a su lado, nada me puede faltar, percibo su aliento, en ese viejecito, su mano, en ese niño que no sabe caminar.
Cuantos hermanos somos, tenemos que ayudarnos muchísimo más, cada uno como pueda, no nos deba de importar, para el Padre somos todos iguales. Sin pensar nada más, cada uno sabe cómo y cuando tiene que actuar.